Especial Halloween 2016 en Liberación 2000 | ‘Un payaso me persigue’

Escrito por Liberación 2000. Posteado en Noticias

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Aunque sabemos que se trata de una celebración típica de Estados Unidos y somos conscientes de que aquí también tenemos nuestras propias tradiciones, en Liberación 2000 no podemos evitar sentir especial cariño por la festividad de Halloween, ¡es tan divertida!

En nuestro día a día en la agencia vivimos frecuentemente “historias para no dormir” y os ofrecemos a diario un servicio de mensajería“de miedo”, pero es esta semana cuando nos tomamos la licencia de celebrar esta fiesta compartiendo con vosotros algunos relatos de terror. ¡Esperamos que os gusten! (o no) Ahí va el segundo:

Un payaso me persigue

Aunque mi jornada laboral solía comenzar más tarde, aquel día el madrugón había resultado algo más doloroso de lo habitual; es lo que tiene tener que hacer las primeras entregas del día, que a uno le toca despertarse muy pronto (¡prontísimo!) y salir a rodar antes de que ni siquiera hayan puesto las calles, como suele decirse.

Y allí estaba yo, enfundado en mi polo naranja y a lomos de mi inseparable furgoneta de reparto, mi fiel compañera durante toda la semana. Ni el café cargado que apenas hacía 10 minutos me había tomado, ni la pegadiza y alegre canción que sonaba a todas horas en la radio estaban consiguiendo progreso alguno a la hora de acabar de despertarme. Aquella iba a ser una mañana dura.

La carretera estaba desértica y una gélida y espesa niebla flotaba en el ambiente, convirtiendo las calles de San Sebastián de los Reyes en un improvisado escenario de película de terror. Parado frente al semáforo, a pocos metros de mi primera parada del día, yo miraba pasivamente hacia el horizonte, con el semblante teñido del bermellón halo de luz del semáforo. Por fin se tornó todo verde y yo puse primera, dispuesto a seguir con mi ruta, pero no sin antes mirar de soslayo por el retrovisor. Esperando no ver nada más que la negrura de la carretera, la sorprendente visión de un rostro cetrino me asustó al devolverme la mirada a través del espejo. Era la cara de un payaso, con semblante triste y ojos aterradoramente fríos. Sobresaltado, miré hacia atrás, pero allí no había nadie. Al volver a revisar el retrovisor, la nada. ¿Me lo había imaginado? “Falta de sueño”, me decía a mí mismo mientras proseguía mi marcha.

Eran poco más de las 7 y media de la mañana cuando aparcaba a pocos metros de aquella casa extrañamente apartada, cubierta de musgo, hojas secas y regada por el rocío de la mañana. El viento azotaba la puerta de un cobertizo mal cerrado, ubicado a poca distancia del lugar, y el panorama en general comenzó a resultarme algo incómodo. Por no decir mucho. La cosa empeoró tras picar insistentemente al timbre y comprobar que allí no había nadie. Di una vuelta rápida por el jardín en busca de alguna señal de vida dentro de la casa, pero lo que allí reinaba era una escalofriante quietud. Cuando me disponía a marcharme, atisbé por el rabillo del ojo un movimiento. Me giré sobresaltado hacia la ventana y allí estaba de nuevo aquel rostro cetrino con mirada de hielo. Un escalofrío me recorrió y parpadeé abruptamente, como albergando la esperanza de que la visión desaparecería si cerraba los ojos con fuerza durante un rato; surtió efecto, al abrirlos, nadie me devolvió la mirada desde la ventana.

La mañana transcurrió algo extraña, pero al final, tras haber realizado varias entregas, me quité el sentimiento de angustia que se había alojado en mi pecho desde primera hora de la mañana. Mientras cargaba de nuevo la furgoneta a las puertas de la nave, la lluvia empezó a caer con fuerza y rápidamente se formaron algunos charcos en el suelo. Bajé la mirada y, pillándome de nuevo desprevenido, vi reflejado en el agua el semblante de aquel payaso de intenciones oscuras. “¿Hasta qué punto me lo estoy imaginando todo? ¿Me están persiguiendo? ¿Por qué no paro de verlo reflejado en todas partes?”. No entendía nada.

La sensación se agravó, tornándose cada vez más oscura y aterradora, de camino de vuelta a casa, cuando aquella imagen que me había estado persiguiendo todo el día apareció, una vez más, en el espejo del ascensor. Por suerte, fue rápido, tan sólo duró un segundo.

Aquella noche me acosté sin cenar, queriendo dormirme rápido como esperando dar carpetazo definitivo a aquella extraña y aterradora jornada. A media noche, un ruido me despertó. Encendí la luz del móvil y vi unas extrañas manchas rojas en la sábana de mi almohada. ¿Era sangre? ¿Era pintura? Sobresaltado, salté de la cama hacia el espejo del lavabo y la imagen que encontré entonces me heló la sangre: era el payaso. Y sí, también era mi propio reflejo.

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