Semana del terror especial Halloween | La estatua

Escrito por Liberación 2000. Posteado en Noticias

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En Liberación 2000 vivimos la fiesta de Halloween de forma muy intensa. Aunque sabemos que se trata de una festividad típica en Estados Unidos, cada vez la hacemos más nuestra, ¡es tan divertida! Por eso esta semana compartiremos con vosotros algunas historias de terror ambientadas en nuestro día a día. ¡No te las pierdas! Comenzamos con… “La Estatua“.

LA ESTATUA

El estridente sonido de la alarma del despertador sonó como un atronador aullido en mi cabeza aquella mañana. Me lo tomé como una especie de augurio, aquel lunes iba a resultarme aún más infernal de lo habitual. Las agujas señalaban, cual lanzas afiladas y amenazantes, las 5 de la mañana; estaba acostumbrado a madrugar para poder entregar los paquetes a primera hora del día, pero aquel frío otoñal, ya calado en mis huesos, no me ponía las cosas fáciles. Hice acopio de valor y salté de la cama, preparándome para mi jornada laboral.

Arranqué la furgoneta y miré la hoja de ruta del día. Aunque las entregas variaban, algunas eran recurrentes y reconocí al instante la dirección señalada en el albarán. Un escalofrío que ya se me antojaba familiar me recorrió la espalda; lo quise asociar al frío que empañaba los cristales y no tanto a la desagradable sensación de saber que tendría que cruzar aquel parque abandonado que tanto odiaba hasta llegar a mi destino.

Aparqué lo más cerca que pude y eché a andar lo más rápido que pude. La negrura flotaba a mi alrededor, acampada a sus anchas en aquel boscoso y solitario parque, mientras el viento azotaba las destartaladas ramas de los árboles y agitaba las chirriantes cadenas de los columpios, corroídos por el paso del tiempo. El eco de mis pisadas se confundía con el siseo de las hojas secas en aquel aislado paraje. Apreté el paso con la mirada posada en el suelo, intentando ahuyentar el miedo irracional que poco a poco crecía en mi pecho. “Sólo es un parque abandonado”, me dije, pero entonces emergió a lo lejos un rostro aterrador que me heló la sangre y me resecó el paladar.

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Era una estatua. Una gárgola gris encorvada, llena de grietas y ennegrecida por la humedad del sitio que miraba amenazante a todo aquel que osaba cruzarse con ella. No era la primera vez que su insidioso semblante parecía cobrar vida ante mi presencia, pero aquella mañana me pareció más real que nunca. “¿A quién se le ocurriría colocar una estatua así de escalofriante en medio de un parque infantil?” pensé. Incapaz de soportar la dureza de su demoníaco rostro, cogí una bolsa medio rota que había allí cerca y le cubrí la cabeza con ella. “Así no asustará a nadie más”, me dije.

Seguí mi camino hasta llegar a la dirección y realicé la entrega sin problema alguno y a la hora prevista. Proseguí mi camino de vuelta a la furgoneta, acelerando el paso y dispuesto a dejar atrás el desagradable e irracional pánico que siempre se despertaba en mí al cruzar aquel parque abandonado. De repente, sentí que me faltaba el aire y ante mis ojos todo se tornó negro. Pensé que se trataba de mi imaginación, traicionera, pero cuando me llevé las manos a la cara noté que una fina capa de plástico cubría mi cabeza, obstruyendo el paso del aire hacia mis pulmones.

Como un loco me agité y luché contra la fuerza invisible que me asfixiaba hasta que pude deshacerme de la bolsa que cubría mi cabeza. A mi alrededor no había nadie. Bajé la mirada, sudando de puro terror, y descubrí que aquel trozo de plástico me resultaba familiar. Cuando eché la vista atrás, hacia el lugar en el que se alzaba la estatua, allí estaba la gárgola, devolviéndome la mirada pero ahora con una sonrisa maliciosa dibujada en su ennegrecido rostro.

La bolsa con la que había cubierto hacías tan sólo unos minutos su rostro ya no estaba. La bolsa reposaba ahora en mis temblorosas manos. Me despojé de ella tan rápido como pude, como si fueran brasas quemándome los dedos, y salí a correr hacia la furgoneta. Con suerte, todo habría sido producto del viento y de mi imaginación. ¿O no?

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